No faltará quien proponga que Colombia se vuelva una monarquía.
Detesto ese "se lo dije", que le espetan a uno encima cuando ocurrió lo que tenía que ocurrir y uno nada hizo para evitarlo. Es un doble castigo de nuestra cultura judeocristiana, con la que se solazan padres, maestros y cualquier hijo de vecino. Pecado y cargar con la culpa. No basta el martirio. Esas aves agoreras tienen un airecito de superioridad porque controlan a las diosas Razón, Previsión y Conducta.
Yo detesto que me digan la frase, pero adoro decirla. Más en este caso. ¿No les dije acaso, cuando se hablaba de reformar la Constitución para un segundo período presidencial, que Uribe también tendría el tercero? Un poco mezquino de mi parte decirlo, pues estaba cantado por todos. Unos lo temían y otros lo anhelaban. El sueño de los injustos, en este caso, se está cumpliendo. Dejémonos de tonterías: de Uribe hay para rato. Y no solo otro rato de cuatro años. Sus amigotes quieren muchos más de esos raticos. Y nada es improbable si se mira alrededor y para ver que Fujimori lo hizo, Menem lo intentó, Chávez lo logró y Lula lo pretende.
Hoy, que conste, se lo advierto, se lo digo y predigo: no faltará el que proponga que Colombia deje de ser una república para convertirse en una monarquía. Ya hay preparativos como el ataque a las cortes, la concentración de los poderes del Estado, la duplicación del presupuesto militar y la intromisión abusiva en los medios de comunicación.
En el reino, Álvaro Primero iniciará la dinastía Uribe. Ciertas reformas habrá que hacer para incorporar al Ministro de Agricultura en la familia real por aquello de la sucesión. Doña Lina, de reina va ni que pintada, pues podrá hacer la misma cara de desagrado con las acciones del monarca como las hace con las del Presidente. Los delfines tendrán que esperar un rato mientras solventan sus negocios. Aunque, pensándolo bien, ese tipo de actividades está muy bien visto en las monarquías europeas.
La aristocracia está prácticamente establecida, pues sobre los duques, condes y barones no habrá problema: para eso están los terratenientes que conformarán los feudos, con la ventaja de que ya tienen sus propios ejércitos. La Cámara Alta, en esta versión moderna de monarquía, estará conformada por los representantes de las multinacionales y las grandes empresas internacionales. En ello no habrá problema, pues el reino ya no tiene qué vender.
La Cámara Baja estará conformada por los representantes de las empresas nacionales todavía comprables y los representantes de las pocas empresas del Estado que quedan. En poco tiempo, esta Cámara podrá ser eliminada por sustracción de materia. La clase media podrá prestar sus servicios, sin chistar, a la Corte y a la aristocracia. El resto, un 60 por ciento de los habitantes del país, pasarán de ser pobres a ser vulgo, siervos sin tierra y abandonados de Dios. El cambio no será muy notorio. No faltará el disidente que proponga que en vez de tener un rey tengamos un virrey que responda a los Estados Unidos. Esta alternativa será rechazada, pues su práctica ya está muy trillada y nada cambiaría.
¿Es una idea loca? Tanto como proponer la reelección de Uribe, pues, en esta democracia de guiñol, no hay presidentes sino absolutismos sin ilustración. Por ello da risa y rabia oír y leer las propuestas de elegir políticos por su simpatía, su capacidad de administración, su preferencia de transporte o sus antecedentes familiares. Debemos empezar a votar por candidatos de partidos que tengan unos principios y que los hagan cumplir una vez en el gobierno. La elección de Bogotá, por ejemplo, no puede ser una discusión sobre sonrisas, gestos o frasecitas. No se trata de escoger temas urbanos que el Alcalde no podrá controlar. En esa elección se juega gran parte del desarrollo democrático del país que nos evite el dominio de un soberano absoluto. Solo una izquierda sensata puede cambiar las prácticas democráticas de este país. Si no, ya nadie parará al reyezuelo. Se lo digo desde ahora.
Carlos Castillo Cardona
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