martes, 6 de noviembre de 2007

EL PRESIDENTE Y LAS REGLAS: La asonada del mal perdedor

El fenómeno del mal perdedor echó a perder el balance positivo de orden público con el que cerró la jornada electoral. En 45 municipios se registraron fuertes tensiones y en 18, la asonada de los malos perdedores terminó en incendio. El ejemplo de asonada del mal perdedor corrió esta vez desde el Palacio de Nariño, donde el Presidente de la República todavía no acepta que tanto su indebida participación electoral como su candidato en Bogotá fueron derrotados. Los malos perdedores solo aceptan los resultados de las urnas cuando ellos ganan; en caso contrario, producen incendio verbal o físico.
Después de la derrota del referendo en las elecciones del 2003, el Presidente tomó revancha aniquilando al Partido Liberal y promoviendo su primera reelección. Por cuenta de esta segunda derrota produjo la hecatombe de confirmar que se dispone a concretar su segunda reelección y aniquilar a sus propios aliados. Afincarse arbitrariamente en el poder es el camino que ha usado el Presidente cada vez que es derrotado.
Una de las definiciones de democracia más simples y pedagógicas que he escuchado es del profesor Antanas Mockus: la democracia es un sistema de reglas ciertas para resultados inciertos. El presidente Uribe parece profesar la filosofía exactamente contraria: sistema de reglas inciertas para resultados ciertos, es decir cambiar cuantas veces se requiera la Constitución y las leyes a su acomodo para asegurar la victoria.
Y la victoria no se reduce a la continuidad de su legado o sus políticas, sino de su propia persona. El Presidente está convencido de que nadie distinto de él mismo es capaz de gobernar el país, por lo que no acepta que otros pueden acceder a la Presidencia. Ni siquiera si los otros son de su propia cuerda; mucho menos si no lo son.
En su faceta de mal perdedor, Uribe esconde su mentado estilo frentero por el de tirar la piedra y esconder la cara; usa la ambigüedad para que el golpe se sienta de a poco y no parezca revancha. Así lo hizo en el 2003. Después de perder el referendo decidió cobrárselo al Partido Liberal y solapadamente empezó a cuentear y ofrecer prebendas burocráticas a sus dirigentes hasta que se los trajo al partido de la 'U'; así aniquiló al ya menguado Partido Liberal. Luego vino la compraventa de los Yidis y Teodolindos y concretó su primera reelección.
En esta ocasión, la cuenta de cobro va contra el Polo Democrático. La revancha esta vez no es con prebendas para unos parlamentarios, sino con una amenaza generalizada a los electores y una particular a sus posibles sucesores.
Interpreto que la amenaza generalizada a los electores es que si se atreven a darle chance a un candidato del Polo Democrático o el Partido Liberal me quedo en la Presidencia hasta que razonen y piensen que eso no es lo que les conviene.
La amenaza particular a sus sucesores es que si ninguno de ustedes da la talla para ganarle al Polo y al Partido Liberal, el candidato seré yo. En cualquier caso, el resultado es el mismo: asegurar que dentro de sus posibles sucesores no esté alguno del Polo Democrático y el Partido Liberal; es cambiar las reglas para asegurar ese resultado.
No hay dictadores por la toma de las armas, sino por la ruptura de las normas. Un gobernante con talante democrático usaría medios legítimos para convencer, no amenazar, a los electores y posibles sucesores de las razones para mantener su legado.
Un dictador usa cualquier medio para imponer su fin. Todos los dictadores han retenido el poder para evitar que otros compitieran. La verdad es que ninguno logró evitar que otros llegaran al poder. Solo aplazaron esa victoria democrática con más costo, dolor y revanchismo.
Y pensar que, según su asesor, todo esto lo hace el Presidente en uso de su inteligencia superior... ¿Cómo sería con la inferior?
Claudia López
Fuente: El Tiempo

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