lunes, 5 de noviembre de 2007

Lo Fujimori de Uribe ¿HACIA DÓNDE VAMOS?

Por primera vez en la historia reciente un Presidente se niega a reconocer el triunfo electoral de sus oponentes. Y al otro día, en un hecho sin precedentes, un número importante de candidatos perdedores salieron a hacer lo mismo: en 44 municipios se registraron asonadas electorales y se quemaron urnas de la Registraduría, como en los tiempos de la Violencia.
Como si esto no fuera ya alarmante, hay otro hecho, inadvertido también, que sorprende: sucede que las protestas fueron provocadas en su gran mayoría por disputas entre miembros de la coalición uribista, con lo cual se demuestra lo cerca que el uribismo está de la hecatombe.
Y mientras todo esto sucede, H.H., un tenebroso paramilitar, confiesa que solía montar a sus víctimas en un carro de la muerte por todo el Urabá antioqueño y que, por esa vía, asesinó a 1.500 colombianos. ¡Y sus declaraciones no estremecen a nadie! Y no estremecen a nadie porque buena parte del país sigue enfrascado en dilucidar qué fue lo que quiso decir el Presidente cuando habló de reelección o hecatombe. Como vamos, no vamos bien. ¿Hacia dónde vamos realmente?
Difícil saberlo a ciencia cierta. Lo que sí es evidente es que el camino que estamos transitando es muy parecido al que recorrió el Perú bajo Fujimori en sus largos años de mandato. Fujimori alcanzó su primera reelección gracias a la popularidad derivada de sus triunfos contra Sendero Luminoso, conseguidos de la mano de una recuperación económica. Su emblema fue la foto de Abimael Guzmán enjaulado y vestido con camiseta de presidiario.
Sin embargo, su segunda reelección fue forzada y aparatosa, porque estuvo concebida como una fórmula para neutralizar desde el poder la tracalada de investigaciones que ya se le venían encima por cuenta de las andanzas de su mano derecha, el temible y corrupto Vladimiro Montesinos. Una cosa era recibir toda esta agua sucia fuera del poder, y otra, desde el solio presidencial. Sin embargo, como ocurre con todo lo que comienza mal y termina mal, Fujimori se cayó al empezar su tercer mandato.
Evidentemente, Uribe no tiene a ningún Montesinos en la nómina, a Dios Gracias. Pero, en cambio, sí tiene a cerca de 40 congresistas uribistas investigados por sus vínculos con los 'paras', entre los que descuella nadie más ni nadie menos que su primo, el hasta hace poco senador Mario Uribe. Y fue precisamente a los pocos días de que la Corte Suprema anunciara el llamado a indagatoria del ex senador -en el preciso momento en que el Presidente acusaba a la Corte y al magistrado auxiliar Iván Velásquez, cerebro de la investigación sobre la 'parapolítica' de inventarse un proceso en su contra, que solo existió en las mentes de Palacio- que el partido de la U decidió proponer la reelección de Uribe, vía referendo. Cómo caería de mal la cosa, que a muchos de los uribistas que abrazaron con júbilo la idea de un tercer mandato de Uribe les pareció inoportuna.
Desde entonces, el Presidente se ha dedicado a impulsar la idea y a promoverla y nos tiene a todos pendientes de él y sus designios. Bajo Uribe, la política en Colombia se ha vuelto relativamente previsible, porque se ha reducido a eso: a mirar al Presidente. A mirarlo cómo come, cómo agita sus manos en los consejos comunales, cómo se enfurece, cómo se le brotan sus sienes y cómo alza a los niños a su paso, como si fuera sor Teresa de Calcuta.
Mientras tanto, en la trastienda, la noticia de que el nombre del magistrado auxiliar Iván Velásquez fue sacado por el Consejo Superior de la Judicatura de la terna para ocupar una vacante en la Corte Suprema pasó inadvertida, como pasan tantas cosas en este país.
Dirán que se trata de otro triunfo de Uribe en su pelea con la Corte Suprema. Otros dirán que para eso es el poder. Y no les falta razón: ... en esos casos, como diría Fujimori, es mejor ser presidente que ex presidente.
María Jimena Duzán. Columnista de EL TIEMPO

1 comentario:

Unknown dijo...

Este sin duda es un texto bastante critico, además, invita a la reflexión, ya que como seres humanos que somos, no aprendemos de los errores ajenos y solo intentamos enmendar los nuestros cuando ya es demasiado tarde.